Nota sobre Aquamán, interpretada por Diego Velázquez
		Aquaman
	
		2009-02-05
	
		Por Hernán Martignone
	
		Diego Velázquez, para su obra teatral Aquaman, se calza el traje del hombre de los mares y, hay que decirlo, le queda perfecto. Literal y metafóricamente: el diseño del traje es digno del realismo sutil del teatro puesto en escena y, a la vez, Velázquez da con el físico del rol del personaje (aunque no sea rubio como les gustaría a los puristas), del personaje que ha creado sobre la base de un recuerdo de lecturas de infancia y adolescencia y de la madura y profunda lectura del bellísimo poemario La fuerza de Hernán La Greca (bajo la luna nueva, 2001), cuyos versos están dedicados a otros personajes de historieta como Silver Surfer, Wonder Woman, Flash, Gatúbela y el Hombre Araña. La Greca hace revisionismo historietístico para brindarnos una visión no tan descarnada como la del Dark Knight, sino más bien melancólica e intimista.
	
		Adaptation
	
		Velázquez bebe del poemario de La Greca a voluntad, y además de utilizar como base el poema “Aquaman” (el segundo del librito), se vale del texto del libro cuando Aquaman habla de los otros superhéroes y al mismo tiempo fusiona algunos versos referidos a otros personajes con el discurso del propio Aquaman (mezclando y combinando a Aquaman con Silver Surfer o a Batman con Flecha verde, por poner dos ejemplos), en una verdadera lección de lo que significa adaptar una obra. El discurso poético sirve para darle un tono melancólico y loco (melancóloco), siempre agridulce (o tragicómico, que es lo mismo), tanto al personaje como a la obra, y se vuelve así una justificación y una valoración del lenguaje teatral, tan difícil en su verosimilitud.
	
		Cito, a continuación, el poema completo de La Greca que da título a la obra para que se vea por dónde van el tono y el lenguaje de la obra, que corresponde en su mayoría a la voz (narrativa y actoral) de Velázquez, que surca las aguas de lo poético con soltura y de lo coloquial con lirismo. (EL POEMA LO PONGO AL PIÉ DE LA NOTA)
	
		Eso es, por supuesto, lenguaje poético en estado puro. Uno de los muchos aciertos de Velázquez es, como dije, transformar o incorporar esa lengua al idioma del teatro, o volverlo teatral directamente. Para los que leyeron el libro (es de imaginar que pocos, porque la poesía no es tampoco un género mayor), resulta interesante sentir esos versos actuados, versos de una fuerza inolvidable por cierto; para los que no, sorprenderse por cómo es posible hablar de los superhéroes desde otro lado.
	
		Como pez fuera del agua
	
		Los superhéroes son, aunque muchos no lo quieran ver, la mitología moderna, a la que todos de algún modo han tenido acceso a través de las películas modernas y también de las series y dibujitos del pasado, pero sobre todo a través de la conciencia colectiva. Así como en el pasado, en una comedia de Aristófanes como Ranas, el público se reía de la parodia de Edipo o en una comedia como Aves se reía del semidiós y glotón Heracles, el público de Aquaman reacciona con la risa ante las menciones de Flash o de Spiderman y de alguno de sus atributos tomados y variados por la poesía de La Greca. Hay un gran trabajo de edición y fusión de lenguajes en Aquaman: Velázquez (a cargo de la dramaturgia y de la dirección general) utiliza el sonido de las series de los Superamigos, imágenes de comics que van de los sesenta a los noventa, la reelaboración poética de La Greca y canciones de Death in Vegas, Barnes & Barnes, Sinead O’connor y Nick Drake, en algo que se asemeja bastante a lo que sería un guion para Aquaman de Grant Morrison (pensando en el tono existencialista del Morrison de Seaguy y también en el tono decadente, tristón, de esa novela gráfica sobre un superhéroe acuático). El personaje de Ramón (el acertadísimo Pablo Cura), el cuidador de esa especie de Mundo Marino en el que trabaja y está prisionero Aquaman, es algo así como el sidekick (compañerito) de Aquaman, pero duro, y por lo tanto también en parte su archienemigo, figura insoslayable. Mucho se perdería si la obra fuera un unipersonal.
	
		Puesta en viñeta
	
		Aquaman es, aparte de reelaboración de la poesía en lenguaje teatral y homenaje al superhéroe, una reflexión sobre el teatro. Aquaman, el personaje, es un actor con todas las letras, un actor forzado a enfrentarse con su público. Diego Velázquez trabaja la voz y la expresión corporal para meterse y meternos en su personaje, que ya no es Aquaman sino la representación de Aquaman. La música, la escenografía y el vestuario están perfectos y perfectamente aprovechados. Una cortina que parece de ducha hace las veces de telón y de pantalla, donde se proyectan imágenes acuíferas sobre las que Velázquez canta y baila y actúa de Aquaman como Aquaman (un poco lo que ocurre con el león Alex en Madagascar, y no es ocioso el ejemplo: hay algo a la vez gracioso y terrible en este personaje). También se puede comparar Aquaman, no casualmente o no simplemente por trabajar sobre una historieta, con la versión teatral de El Eternauta, Zona liberada. La verosimilitud de los trajes, la adecuada utilización del espacio escénico y la escenografía, la funcionalidad de la música y el sonido son algunos de los puntos en común (y de los aciertos) de ambas puestas.
	
		La historieta no ha tenido una marcada relación con el teatro (pero sí con el radioteatro), más allá de constituirse los dos, en esencia, como textos dialogales. La historieta, ya se ha dicho, es quizás el más rico de los lenguajes porque con talento cualquier cosa puede ser representada en ella. El teatro, frente a la historieta o al cine, parece poseer menos recursos, pero una riqueza similar en cuanto a lo que puede expresar en su realismo de verbo hecho carne. Esta es una gran oportunidad para ver otras similitudes, otros registros, otras posibilidades, que exceden lo propiamente historietístico, lo puramente teatral.
	
		EL POEMA DEL QUE HABLA LA ADAPTACIÓN.
	
		AQUAMAN
	
		Me he escapado del amor como he podido. Ahora
	
		me persiguen por impago. En la unción
	
		del sueño está la carne pero nunca es la que espero.
	
		Mi padre era marinero y yo me pinto
	
		anclas o delfines en los hombros, que fatalmente
	
		se borran con el agua.
	
		Había en mi cama al cumplir siete un obsequio,
	
		amuleto de infancia con el tiempo. Hoy sobre la litera
	
		deshecha del barco, el regalo de mi madre
	
		tiene la precisión de un astrolabio:
	
		un libro que anticipa Cómo jugar solo.
	
		El trabajo en alta mar -es cierto-
	
		ha moldeado mi cuerpo hasta volverlo
	
		de algun modo una carnada. Cuando anclamos
	
		en cualquier puerto de provincia, todos corren
	
		a pescar la mercancía, tumulto
	
		blanco de popeyes tras la presa.
	
		En los cambios de guardia, la voz
	
		del otro es un abrigo. mientras habla
	
		acomoda su cuerpo tan despacio
	
		que parece una prenda
	
		en el ténder implacable de la noche.
	
		Ahora estoy solo y no salgo
	
		ileso si te nombro. Los consejos de a bordo
	
		valen poco cuando estoy fuera del agua.
	
		¿De qué me sirve por las noches
	
		tener la piel acostumbrada
	
		al bravo sol del mediodía?
	
		Bajo la superficie arrugada del agua
	
		el amor de mi padre es un botín
	
		incalculable.
	
		Publicado por Diego Velázquez
	
		Este texto fue publicado originalmente por Diego,  no sé si en un blog que tenía hace un tiempo y/o en su Face. 
	
		Sholis lo puso en el face del grupo y de allí lo tomé yo. Mariana. I.  Abello